
En plenas Guerras Médicas, cuando el emperador persa se disponía a cruzar el estrecho de Dardanelos a través de un ingenioso puente que habían construido con embarcaciones, apareció una inesperada tempestad que hizo que el mar se tragara aquella costosa obra de ingeniería. Jerjes I el grande, el emperador persa, dolido por una derrota que no había podido controlar y henchido por esa aura de divinidad que creía tener, decidió castigar al máximo responsable de aquella afrenta. Al mar. Para que supiese con quién se la estaban jugando, el hijo de Darío I ordenó aplicar más de trescientos latigazos en las aguas de esa parte al final del mar egeo que los griegos llamaban Helesponto.
Esta es la anécdota que me ha venido a la cabeza esta mañana, cuando he acercado la vista y el oído al epicentro del debate deportivo generado tras una nueva victoria del Atlético de Madrid. Ahí es donde me ha llevado mi mente después de sentir a ciertos arietes de la opinión profesional, emperadores contemporáneos, azotando con furia las aguas de la opinión rojiblanca.
Pero no quiero hablar de lo que ven los demás sino de lo que veo yo.
Comencemos por lo obvio. A falta de una jornada para que termine la primera vuelta, el equipo rojiblanco encabeza la clasificación en solitario, saca cuatro puntos al segundo, tiene dos partidos jugados menos que él y tres partidos jugados menos que la mayoría del resto de sus rivales. ¿Hay motivos para actualizar la colección de peros? Yo creo que no. En la vida existe cosas que no son matizables, ni necesitan ser matizadas. Esta es una de ellas. La trayectoria del Atleti en Liga está siendo tan maravillosa que cuestionársela sería tan efectivo como flagelar las aguas del río Manzanares.
Lo que no es tan obvio es cómo se ha llegado hasta aquí. El año pasado, por enésima vez en lo que va de década, asistíamos a lo que ciertos gurúes calificaban como el fin del ciclo de la era Simeone. Griezmann se había ido a triunfar, las promesas también se habían largado (Rodri, Lucas…), las viejas glorias ya no estaban (Godin, Filipe, Juanfran…) y los nuevos fichajes apenas jugaban, lo que en el Atleti es siempre sinónimo de “rotundo” fracaso de su entrenador (Hermoso, Llorente, Herrera, João…). En invierno, como única incorporación, la dirección deportiva se trajo a un futbolista que ellos mismos habían enviado a la Liga China (Carrasco). Los que tenían que marcar la diferencia no la marcaban (Costa, Lemar, Vitolo…). El equipo jugaba mal y los partidos se sostenía a duras penas con Oblak y canteranos (Saúl, Koke, Thomas…). En el momento más bajo de la temporada, Simeone dijo que lo que tenía entre manos era un equipo en transición. Nadie le creyó. Y es curioso, porque después de diez años haciendo milagros en este Club, parece que cada domingo el argentino tuviese que justificar su valía delante del tribunal de la Santa Inquisición.
Nadie le creyó, pero tenía razón. Para variar. El Atleti de la época Covid-19 es otro. Uno muy interesante que convence, que ilusiona y que entretiene. Sí, han leído bien: entretiene. En lo que llevamos de temporada el equipo ha jugado generalmente bien o muy bien. También mal, claro, porque esto es fútbol y no el festival de Cine de San Sebastián. En cualquier caso, lo que vemos es significativamente diferente de lo que veníamos viendo. Y no voy a entrar en detalles de lo que significa eso de jugar bien porque me parece un debate exclusivo de los que necesitan desviar la atención. Este Atleti no sólo juega bien, sino que juega a varias cosas, que es más interesante. Sabe tener el balón y sabe cederlo. Sabe sufrir y sabe disfrutar. Ha mejorado mucho en las áreas. Defiende mejor y ataca mejor. Lo gracioso del asunto es que prácticamente es el mismo equipo que hace diez meses (exceptuando esa bendición que es Luis Suárez). Las estrellas de hoy eran los objetivos de la yihad histérica de hace apenas unos días: Lemar, Carrasco, Koke, Trippier, Llorente, Correa… ¿Se acuerdan? Efectivamente, parece que estamos asistiendo a un nuevo milagro.
Y ahora favoritos para la Liga, ¿no?
No, por Dios. Eso sería no haber entendido nada.
Hay una escena en la última maravilla de Pixar (“Soul”) que creo que explica bien lo que es ser del Atleti. ¡Alerta spoilers! Llegando al final de la película, el protagonista consigue hacer por fin eso que lleva toda la vida soñando con hacer. Su sueño. Su objetivo. Lo que ha guiado su existencia y por lo que ha peleado tanto. “¿Y ahora qué?”, se pregunta. “Ahora te vas a tu casa, te duchas y vuelves mañana a repetir lo mismo”, le dice su compañera. “¿Y ya está? Es que no siento nada especial ahora mismo. Pensé que sería diferente”, se sigue cuestionando. Y entonces, porque ese hombre seguro que es del Atleti, en lugar de aplacar la furia soñando con un nuevo trofeo que pudiera distraer ese síndrome de abstinencia que nunca será capaz de saciar, se da cuenta de que lo verdaderamente importante, lo que le divierte, lo que le ha hecho sentir cosas que otros no sienten, lo que provoca que sea la persona que es, resulta que estaba en el camino que le había llevado hasta allí.
Y claro que lo pueden entender. Otra cosa es que no quieran.